La enfermedad de Parkinson (EP) es un trastorno neurodegenerativo crónico y progresivo que afecta la función motora y genera complicaciones no solo físicas, sino también emocionales y cognitivas. Enfrentar esta enfermedad requiere un enfoque integral que combine el tratamiento farmacológico con intervenciones no farmacológicas, entre las cuales el ejercicio físico ha demostrado un papel fundamental. Desde la perspectiva del educador físico - fisiólogo del ejercicio, la implementación de programas de actividad física estructurada y adaptada representa una herramienta clave para mitigar los síntomas y mejorar la calidad de vida de los pacientes con EP.
Síntomas del Parkinson y sus implicaciones funcionales
La EP se manifiesta principalmente con síntomas motores como la bradicinesia (lentitud de movimientos), temblor en reposo, rigidez muscular y alteraciones posturales. Estas alteraciones afectan negativamente la funcionalidad cotidiana, dificultando tareas básicas como caminar, girar, levantarse de una silla o mantener el equilibrio. Además, existen síntomas no motores frecuentes, como depresión, ansiedad, trastornos del sueño, fatiga y deterioro cognitivo, que complican aún más el curso clínico de la enfermedad (Bloem et al., 2021).
Uno de los principales problemas observados en la práctica clínica es la alteración de la marcha. Los pacientes suelen presentar pasos cortos, una postura encorvada y un patrón de arrastre, lo cual incrementa significativamente el riesgo de caídas (Mak & Pang, 2017). La rigidez artromuscular también compromete la movilidad global, afectando la independencia funcional. Frente a estas limitaciones, el ejercicio físico constituye una estrategia terapéutica efectiva para mejorar la estabilidad postural, la amplitud de movimiento y la coordinación general.
Mecanismos biológicos y adaptaciones fisiológicas al ejercicio
El ejercicio físico regular desencadena diversas adaptaciones neurobiológicas que pueden contrarrestar los procesos degenerativos característicos de la EP. La evidencia sugiere que el ejercicio estimula la liberación de factores neurotróficos como el BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), los cuales promueven la plasticidad sináptica, la neurogénesis y la supervivencia neuronal, especialmente en áreas cerebrales afectadas por la pérdida dopaminérgica (Kinnafick et al., 2021).
Además, el ejercicio tiene efectos antiinflamatorios y antioxidantes, al reducir los niveles de citocinas proinflamatorias y el estrés oxidativo, factores implicados en la progresión de la neurodegeneración (Ferreira et al., 2018). En términos fisiológicos, el ejercicio aeróbico mejora la función cardiovascular y metabólica, mientras que el entrenamiento de fuerza contribuye a conservar la masa muscular y la funcionalidad. Estos beneficios se extienden también al ámbito cognitivo y emocional, reduciendo síntomas como la depresión y mejorando la calidad del sueño (Hirsch & Farley, 2009).
Evaluación de las mejoras funcionales con el ejercicio
Las mejoras observadas tras un programa estructurado de ejercicio físico abarcan tanto los síntomas motores como no motores. Clínicamente, se detecta una mejora significativa en la estabilidad postural, la longitud del paso y la fluidez de la marcha. Modalidades como el Tai Chi o el entrenamiento en cinta rodante con soporte de peso corporal han mostrado ser eficaces para reducir el riesgo de caídas y mejorar la movilidad (Li et al., 2012).
El ejercicio también contribuye a reducir la rigidez muscular, favoreciendo una mayor libertad de movimiento. En cuanto a los síntomas no motores, se ha documentado una mejora en el estado de ánimo, la reducción de la fatiga y una mejor regulación del sueño (Ellis et al., 2011). Estas mejoras se traducen en una mayor independencia y autoestima del paciente, lo que refuerza la importancia de integrar el ejercicio físico en el tratamiento multidisciplinar.
Desafíos y complicaciones en el tratamiento basado en ejercicio
A pesar de sus beneficios, la adherencia a largo plazo representa uno de los principales desafíos en la intervención con ejercicio. Factores como la apatía, la fatiga crónica, la fluctuación motora o la desmotivación pueden interferir en la continuidad del programa (Allen et al., 2010). Por ello, es fundamental un enfoque centrado en el paciente, donde el fisiólogo del ejercicio adapta el programa de entrenamiento a las capacidades funcionales, fluctuaciones diarias y preferencias personales del paciente.
Durante los episodios de baja respuesta a la medicación (periodos "off"), se recomienda optar por actividades de baja exigencia física, como el yoga, los ejercicios respiratorios o la movilización pasiva, priorizando la seguridad y el mantenimiento de la actividad física como hábito. El trabajo interdisciplinar entre médicos, educadores físicos, fisioterapeutas y psicólogos es clave para superar estas barreras.
Conclusión
El ejercicio físico personalizado, progresivo y supervisado es una intervención terapéutica de gran eficacia en el manejo integral de la EP. No solo mejora la función motora y la movilidad, sino que también influye positivamente en la esfera emocional y cognitiva, ayudando a los pacientes a conservar su autonomía y calidad de vida. Desde la fisiología del ejercicio, el objetivo no es solo prevenir la progresión de la enfermedad, sino optimizar las capacidades residuales y promover el empoderamiento del paciente a través del movimiento.
Como profesional del ejercicio, mi labor consiste en diseñar programas seguros, motivadores y adaptados, guiando al paciente hacia una vida más activa, resiliente y saludable, a pesar de las limitaciones impuestas por la enfermedad.
Referencias
- Allen, N. E., Sherrington, C., Suriyarachchi, G. D., Paul, S. S., Song, J., & Canning, C. G. (2010). Exercise and motor training in people with Parkinson's disease: A systematic review of participant characteristics, intervention delivery, retention rates, adherence, and adverse events in clinical trials. Parkinson's Disease, 2012, Article ID 854328. https://doi.org/10.1155/2012/854328
- Bloem, B. R., Okun, M. S., & Klein, C. (2021). Parkinson’s disease. The Lancet, 397(10291), 2284–2303. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)00218-X
- Ellis, T., Rochester, L., & Nieuwboer, A. (2011). The role of physical therapy in Parkinson disease. The Journal of Parkinson's Disease, 1(2), 123–129. https://doi.org/10.3233/JPD-2011-110018
- Ferreira, A. F. B., Real, C. C., & Ferreira, L. F. A. (2018). Neuroprotective effects of physical activity on the brain: A review of evidence and mechanisms. Arquivos de Neuro-Psiquiatria, 76(10), 664–672. https://doi.org/10.1590/0004-282X20180092
- Hirsch, M. A., & Farley, B. G. (2009). Exercise and neuroplasticity in persons living with Parkinson’s disease. European Journal of Physical and Rehabilitation Medicine, 45(2), 215–229. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/19452092/
- Kinnafick, F. E., Thøgersen-Ntoumani, C., & Duda, J. L. (2021). Physical activity and Parkinson’s disease: A review of benefits and barriers. Health Psychology Review, 15(2), 131–153. https://doi.org/10.1080/17437199.2019.1641421
- Li, F., Harmer, P., Fitzgerald, K., Eckstrom, E., Stock, R., Galver, J., Maddalozzo, G., & Batya, S. S. (2012). Tai chi and postural stability in patients with Parkinson's disease. The New England Journal of Medicine, 366(6), 511–519. https://doi.org/10.1056/NEJMoa1114081
- Mak, M. K. Y., & Pang, M. Y. C. (2017). Fear of falling is independently associated with recurrent falls in patients with Parkinson’s disease: A 1-year prospective study. Journal of Neurology, 264(9), 1752–1759. https://doi.org/10.1007/s00415-017-8574-3
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