Nadar entre delfines: un sueño que respiró en mí


Hay sueños que te acompañan desde la infancia.Sueños que no sabes bien de dónde vienen, pero sabes exactamente cómo se sienten: como una caricia del alma, como una promesa suave que el tiempo guarda en silencio. Para mí, nadar entre delfines era uno de esos sueños.


No tenía una razón lógica. No era un objetivo, ni una meta. Era simplemente una imagen que volvía: un mar en calma, un cuerpo flotando, y esas siluetas grises y elegantes rodeándome, curiosas, libres. Jugando con el agua y conmigo.

El momento


Cuando por fin sucedió, no hubo música épica ni cámara lenta. Sólo el rumor del agua, el sol tocando la superficie y una mezcla de emoción, respeto y humildad difícil de poner en palabras. No eran animales domesticados ni un espectáculo programado. Eran delfines salvajes, en su entorno, aceptando mi presencia por unos minutos.

Y yo... yo simplemente me dejé llevar. Dejé de pensar. Dejé de intentar comprender. Solo sentí. La forma en que se deslizaban a mi lado, su mirada fugaz, su energía tan viva, tan limpia... Era como si el mar me prestara su lenguaje por un instante.

Desde aquel día, algo en mí se aquietó. No es que el mundo se volviera más fácil sino que había experiencias que te encontraban cuando estabas listo para recibirlas, cuando no las forzabas, sino que las soñabas con paciencia y fe.

Nadar entre delfines me recordó algo esencial: La belleza auténtica no se posee, se comparte.
Y lo más profundo no se grita, se susurra entre latidos, respiraciones y agua salada.

A quienes aún sueñan con ello...

No lo dejes. No permitas que el tiempo convierta tus sueños en lujos imposibles o en ideas de infancia.
Guárdalos limpios, reales, intactos. Porque un día, sin avisar, el mar se abrirá para ti también. Y ahí estarán… los delfines, tu alma flotando, y un instante que te cambia para siempre.




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